AGRIDULCE…
LEER ESDRAS CAPÍTULO 3
12 Y muchos de los sacerdotes, de los levitas
y de los jefes de casas paternas, ancianos que habían visto la casa primera,
viendo echar los cimientos de esta casa, lloraban en alta voz, mientras muchos
otros daban grandes gritos de alegría.13 Y no podía distinguir el pueblo el
clamor de los gritos de alegría, de la voz del lloro; porque clamaba el pueblo
con gran júbilo, y se oía el ruido hasta de lejos. (Esdras 3:12-13)
Los judíos
regresaron a casa. Empezaron a repartirse las tierras según le tocaba a cada
quien. Volvieron a juntarse en sus respectivas familias. Finalmente, después de
varias décadas de exilio regresaban donde pertenecían. Podían volver a encontrarse
con Dios en Israel, excepto que no había templo. El templo fue destruido cuando
fueron deportados y sólo quedaban los cimientos. Entonces tenían la dura pero
emocionante tarea de reconstruir el templo, o mejor dicho construir ya un nuevo
templo.
Empezaron
bien, destruyendo los cimientos del primer templo para poder construir el nuevo
y el pueblo empezó la algarabía y gozo porque finalmente tendrían un lugar
donde estaría la presencia del Dios mismo y su majestad para poder invocarlo.
Pero no todo era alegría. Muchos de los ancianos que habían visto el primer
templo antes de ser destruido lloraban porque sabían que el nuevo nunca sería
como el primero y lloraban de pesar por ver su antigua gloria finalmente
enterrada. Fue tanto su llanto que se escuchaba igual de fuerte que los gritos
de júbilo y alegría.
Pero Dios
nunca cambia. Su presencia estaría en este nuevo templo como estuvo en el
anterior. La gloria que los ancianos y sacerdotes lloraban era la gloria
externa, pero la belleza interna, la gloria de la majestad de Dios permanecería.
La actitud de llanto estaba opacando la alegría y en vez de enseñar al pueblo
como evitar volver a lo mismo y levantarse, los sacerdotes estaban tristes por
el oro y el reconocimiento. Y al final de cuentas el segundo templo llegó a ser
muy famoso porque el rey Herodes, años después, se dio a la tarea de
magnificarlo y llegó a ser de los monumentos más reconocidos del mundo antiguo.
Los cambios
son difíciles, el pesar de la gloria perdida es triste. Pero si nos enfocamos en lo que ya pasó no
vamos a ver lo que Dios está haciendo en el presente. Él tiene un propósito que
nos incluye a nosotros pero tenemos que dejar el pasado atrás y poner los ojos
en Cristo para enfocarnos en el trabajo que tenemos hoy. Levantemos las manos
caídas y los rostros agachados que Dios quiere usarnos. Digamos juntos “Convertiste mi lamento en danza; me
quitaste la ropa de luto y me vestiste de fiesta, para que te cante y te glorifique,
y no me quede callado. ¡Señor mi Dios, siempre te daré gracias!” (Salmo 30:11-12
NVI)
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