De la Desesperación a la Esperanza
Salmo 42:1-5
Como
el ciervo brama por las corrientes de las aguas,
Así clama por ti, oh Dios, el alma mía.
Así clama por ti, oh Dios, el alma mía.
2 Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo;
¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?
¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?
3 Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche,
Mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios?
Mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios?
4 Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de
mí;
De cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios,
Entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta.
De cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios,
Entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta.
5 ¿Por qué te abates, oh alma mía,
Y te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle,
Salvación mía y Dios mío.
Y te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle,
Salvación mía y Dios mío.
Durante todo el día, muchos pensamientos pasan por nuestra
mente, desde pensar qué ropa vamos a usar ese día hasta repasar otra vez ese
problema no resuelto. En el medio de nuestros muchos pensamientos, la
desesperación puede colarse mientras vemos las noticias, escuchamos a alguien
hablar sobre una enfermedad con la que está luchando, mientras resolvemos un
malentendido o simplemente le hacemos frente al día a día.
Exiliado al norte de Jordania y lleno de un anhelo de
regresar a Jerusalén, el salmista expresó su profunda tristeza. En vez de negar
o minimizar su dolor, identificó claramente su dolor y proclamó su sed de Dios.
Pero David no paró ahí. El también le habló a su alma. ¿Estaba loco porque
hablaba solo? ¡No! Él lo que hacía era practicar el secreto para vencer la
desesperanza. Tres veces en los Salmos 42 y 43, el salmista amonesta a su alma
a "esperar en Dios, porque aún he de alabarle". Para David esto no
era cosa de una vez, era una costumbre. En Salmos 103:1 lo encontramos ordenándole
a su alma “Bendice,
alma mía, a Jehová, Y bendiga todo mi ser su santo nombre.”
El salmista se obligaba a sí mismo a alabar
a Dios, en otras palabras, reconocer, afirmar y adorar el carácter de Dios, aun
cuando su espíritu se sentía abatido y su corazón perturbado. Nuestras almas
necesitan un estímulo similar. Cuando decidimos concentrarnos en el carácter de
Dios, siempre podremos encontrar algo que alabar sobre Él: su bondad, su cuidado, su fidelidad, su misericordia,
su provisión. Si queremos llenar nuestras almas de esperanza, podemos empezar
por llenar nuestra bocas de alabanzas. Si te encuentras en medio de dolor,
tristeza, desesperación o confusión, tal vez necesites tener una buena
conversación con tu alma. Sigue el ejemplo de David.
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