Esa Mirada de Jesús...
“¡Aunque tenga que morir contigo, no te negare
Señor!” fueron las palabras de Simón. Simón, el impulsivo Simón, su boca
siempre le había ocasionado problemas. Y sus acciones solían seguir a su gran
bocota. ¿Qué será lo que Jesús vio en él? No tenía educación alguna, era tosco
y se enojaba con facilidad. Era atrevido, pero su atrevimiento le duraba muy
poco, si no miren lo que pasó con su osada caminata sobre el agua.
No pasó mucho tiempo para que Simón tuviera que
poner a prueba su lealtad. Cuando se acercaron los soldados romanos para
arrestar a Jesús, Simón, que tenía una espada, la sacó y le cortó la oreja a uno
de los soldados. Como siempre su valentía se esfumó rápidamente. Ante la reprimenda
de Jesús, Simón salió corriendo, dejando solo al maestro. Con miedo y queriendo
pasar desapercibido, Simón seguía a Jesús.
“Tú estabas con él”, le dijo una mujer. “Mujer,
yo no lo conozco”, contestó Simón. “Tú eres de ellos”, le dijo otro. “No,
hombre, no lo soy”, aseguró Simón. “Seguro que este estaba con él”, le dijeron
una tercera vez. “Hombre, ¡no sé de qué hablas!” recalcó Simón. Y las palabras
no habían terminado de salir de la boca de Simón cuando el gallo cantó…y
recordó lo que el Señor le había dicho: «Hoy, antes que el gallo cante, me
negarás tres veces.» En ese mismo instante Jesús se volteó y lo miró. Una
mirada de dolor, una mirada que decía “¿Cómo pudiste?” o “Tu, mi amigo, me
traicionaste” o “¡Te lo dije!” o “Vete de mi vista” era lo que Simón esperaba
encontrar. En cambio se encontró con la mirada compasiva de Jesús. Sus ojos
hablaban amor y perdón. Sus ojos gritaban “¡Te amo, no importa lo que hayas
hecho!” Ante esa mirada de misericordia, Simón no pudo hacer más que llorar
amargamente.
Simón regresó a hacer lo que mejor sabía
hacer- pescar. La imagen del maestro siendo crucificado nunca dejaba su mente.
Tampoco podía olvidar el último encuentro que tuvo con Él. ¡Cómo deseaba poder
cambiar lo que pasó! Y esa mirada…sus ojos se llenaban de lágrimas cada vez que
recordaba la mirada de amor de Jesús.
De repente un alboroto- ¡las mujeres aseguran
que Jesús ha resucitado! Y el ángel que se los dijo le mandó a decir
especialmente a Simón que Jesús estaba vivo. Seguramente Jesús conocía del
dolor que Simón estaba sintiendo. Simón no cabía en sí de la emoción, iba a
tener una segunda oportunidad con el Maestro. En esto pensaba mientras pescaba
en su barca junto a algunos de los discípulos. Un hombre en la orilla les
pregunta si tienen pescado. Les aconseja tirar la red a la derecha y para su
asombro la red se llena de tantos peces que no podían sacarla del agua. El
corazón de Simón casi se detuvo cuando escuchó a uno de los discípulos gritar “¡Es
el Señor!” Simón, apresurado, como pudo se vistió y se tiró al agua. ¡Jesús
estaba vivo! Al llegar a la orilla se encontró otra vez con esa mirada…amor,
compasión, perdón, misericordia.
Después de ese encuentro con el Maestro, Simón
recibió el llamado de cuidar de Su iglesia. Fue él el que consolidó el
surgimiento de la iglesia primitiva en los primero 15 años luego de la ascensión
de Jesús. Jesús lo supo desde el principio. Jesús no miraba a Simón, con todas
sus faltas, su apariencia brusca y su comportamiento impulsivo. Jesús miraba a
Pedro, “firme como una roca”, fuerte, decidido, enérgico, un líder. Pedro era
un hombre ordinario, pero su encuentro extraordinario con Jesús lo cambió todo.
Y esos mismos ojos que miraron a Pedro, llenos
de amor y perdón, son los mismos ojos que hoy quieren encontrarse con los tuyos. Esa mirada de Jesús
tiene el poder de volver una vida ordinaria en algo extraordinario.
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